Las Herrerías
Nada es lo que fue en este poblado minero levantado al amparo de las explotaciones mineras. Los viejos barracones de principios del siglo XX, donde se hacinaban los mineros y sus familias, fueron demolidos para dar paso en la década de los años cincuenta a la moderna barriada de entonces, que tomó el nombre del director del Instituto Nacional de la Vivienda, el arquitecto Federico Mayo, inspirador del ideario urbanístico falangista.
El proyecto original nunca llegó a completarse. Aún así, la barriada se distinguió desde el principio por sus dotaciones, servicios y la funcionalidad doméstica en una comarca severamente atrasada en todo lo que entonces podía ser considerado como moderno. En total, algo más de un centenar de viviendas con no más de tres habitaciones, una sola planta para aguantar la onda expansiva de las explosiones en la mina, agua corriente y electricidad (el no va más en El Andévalo). Anticipando los adosados actuales, la barriada se configura en varias manzanas que desembocan a través de una alameda en una plaza porticada que preside un edificio parroquial de líneas limpias. Laja, hierro, piedra, madera, teja y tierra fueron los materiales empleados para levantarla. La cal y la pintura de color verde le dieron su imagen inconfundible.
Hoy, de aquello apenas aguantan el hierro de las rejas, y la piedra y la tierra que engordan los anchos muros de los edificios. La muerte de la mina trajo a mediados de los años ochenta un abandono insoportable que los sucesivos planes municipales de empleo enjuagaron con toneladas de hormigón para aliviar el paro de los jóvenes y el deterioro de sus calles. La fisonomía original del barrio, conocido como 'la mina' por los autóctonos, apenas lo resistió.
Pese a todo, entre el paulatino envejecimiento y desaparición de la memoria del dolor y la vida de la mina,y el desprecio institucional por la cultura y la fuerza mecánica que la forjó, la barriada entra en este nuevo milenio con una cara más amable y prometedora. Reconvertida en lugar de descanso, 'la mina' ha colgado el cartel de plena ocupación y mira con expectación hacia un incipiente turismo rural que la resitúe en los raíles de la historia.
Nada es lo que fue en Las Herrerías, aunque todo siga pareciendo lo mismo. La mina posiblemente no vuelva más, la enfermedad mortal de la silicosis acaso ya se haya llevado a los últimos moribundos y las familias ya no llorarán a sus muertos en el pozo, pero el poblado y sus gentes seguirán conservando ese algo misterioso arrancado en el corazón de las profundidades.