Juan el Armero
De esta Puebla ennoblecida por un sinfín de artesanos, formó parte en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX, el herrero Juan Monterde alias Juan el Armero, que fue el ejemplo más singular de la expresión de nuestros artistas, elevando hasta cotas de indudable valor artístico la capacidad de nuestros artesanos.
El pequeño recinto de la Ermita de la Virgen de la Peña alberga la historia viva de la Puebla y de sus gentes en donde los artistas y artesanos han ido dejando su impronta, naturalmente que todos los puebleños también, pero me estoy refiriendo a los dotados con sensibilidad artística que los han llevado a alcanzar un cierto grado de popularidad y prestigio entre sus paisanos.
Juan el Armero, que le venía el sobrenombre porque era el único ajustador-reparador de escopetas en su pueblo, era un herrero que tenía una fragua y un pequeño taller ubicados en la calleja Medrosa en la casa que es hoy de Fernando Charratelo, allí además de las rejas y vertederas para las labores del campo realizaba sorprendentes obras que eran apreciadas por sus paisanos: la navaja, que nada más que él podía abrir; las romanas con la barra telescópica que casi se podían llevar en el bolsillo; cajas fuertes con sistemas de apertura sofisticados; rejas y balcones, sin solución de continuidad; una lotería con las noventa bolas de encina y los números grabados a fuego; en fin, una serie de obras de arte culminadas por la joya de la corona que fue una reja casi imposible que presentó en la exposición Ibero Americana de Sevilla de 1929, siendo galardonada con un premio artísticamente importante.
El maestro Juan el Armero fue un apasionado de los herrajes, de las rejas y balcones, por eso descubrió nuevos secretos de esta artística forma andaluza de darle curvas y rectas a nuestras ventanas y balconadas.
Como digo al principio, también el maestro Juan dejó una obra suya en la Ermita, un cerrojo vertical que también tiene su miga; de momento, tiene un marchamo o punzón grabado con su nombre (Monterde, Puebla de Guzmán) y además tiene grabado a mano y luego relleno con limaduras de latón, así se puede leer en letras amarillas (La iso Juan Monterde. Puebla de Guzmán. Año 1.888). El cerrojo en sí es también una maravilla, pues tiene dos goznes y en uno de ellos no se aprecia el eje de giro; esto con las técnicas antiguas era muy difícil de conseguir, pero el maestro Armero era un verdadero artista.
Ya que estamos en la puerta de la Ermita, decir que ese año 1888 se amplió el recinto de la Ermita cinco metros hacia el pozo, cambiándose el estilo de la puerta que era ojival por el actual mas modernista, el añadido se percibe actualmente porque las paredes se agrietan así como los zócalos decorativos de azulejos sevillanos, pero no hay ningún peligro puesto que el añadido está trazado por arriba con un tirante metálico y el piso es de roca.
El responsable del añadido y que sufragó de su peculio particular fue Isidoro Gómez, abuelo de la última camarera que fue de la Virgen, Dª. Isidora Gómez, que ostentaba el cargo de Capellán, que era una figura similar al Hermano Mayor actual aunque no existía Hermandad y que se encargaba de velar por la tradición y ocupar las funciones inherentes al cargo que representaba como estar presente en los actos oficiales, religiosos, caballería, etc; también se ocupaba de la colecta para la Virgen, a tal fin ponían una mesa con dos sillas y dos canastillas en el interior de la Ermita cerca de la puerta, en una silla se colocaba un cura de los muchos que había en la Puebla y la otra la ocupaba el Capellán, venían los feljgreses y peregrinos y depositaban su óbolo en la canastilla del sacerdote si eran para misas y si eran donación a la Virgen la colocaban en la otra, en Capellán.
Esta ocupación territorial de parte de la Ermita fue la que propició la ampliación hacia el pozo, que ya digo sufragó Isidoro Gómez.
A este paisano, que a finales del XIX tuvo negocios mineros según documentos, le tenemos que agradecer un poco de espacio más en el recinto y, al maestro Juan el Armero, el que nos haya dejado una de sus obras como cerrojo de la Ermita.
Escrito por Manuel Vallellano